Estoy entre los que se alegraron y aliviaron de que el Sr. Trump perdiera las elecciones. No creo que todos los lectores de IberICONnect o los miembros de ICON-S compartan necesariamente esta opinión.
Se han hecho interminables comentarios sobre las elecciones y el desarrollo del drama de un Presidente que, por primera vez en la historia de América, no sólo se niega a aceptar los resultados del proceso democrático, sino que está socavando activamente la fe en la democracia. No es estúpido. Está logrando establecer una narrativa persuasiva entre muchos de sus 71 millones de votantes, de que las elecciones le fueron «robadas» y preparando el terreno para volver a ocupar el cargo (otra primicia en la historia de los Estados Unidos) en 2024 con un eslogan que será una variante de Eliminando la Desgracia de las Elecciones Robadas de 2020. (¿Y si no es él, Ivanka? No se rían!) Trump no es ni nazi, ni neo-nazi ni nada ni remotamente parecido. Pero está usando a Goebbels como táctica: grandes mentiras, trompeteadas fuerte y confiadamente y repetidas sin cesar hasta que se normalizan.
Hace tiempo que he dejado de buscar cualquier vestigio de honor o dignidad en Trump. Pero el fracaso del partido republicano, aparte de unos pocos «santos» rectos, para hablar en contra de los abusos de Trump en el proceso que son simplemente vitales para la salud del cuerpo político, es profundamente chocante y decepcionante. Su responsabilidad es mayor que la del propio Sr. Trump.
Hasta este momento, nuestra confianza en el poder judicial americano, el otro pilar de la democracia, parece haber sido reivindicada.
A pesar de la gran victoria de Biden en el voto popular nacional (por un margen de cerca de 5 millones) y a pesar de haber ganado Estados que habían ido a Trump en 2016, estas victorias son muy escasas y tales Estados podrían fácilmente dar marcha atrás en 2024. No son sólo las perspectivas para 2024 las que son tan preocupantes, sino el futuro más allá de dicha fecha.
Si sigue este enlace podrá leer uno de los análisis más responsables y aleccionadores de las elecciones y de las tendencias futuras que se avecinan.
La mía no es una visión de un interminable gobierno del Partido Demócrata. Una administración republicana del tipo de Jeb Bush o McCain, independientemente de a quien se haya votado ahora, sería totalmente aceptable. Lo que resulta realmente amenazante es el triunfalismo, con un mensaje de polarización que socava el concepto mismo de un demos, que a su vez socava la democracia.
Uno de los enigmas de la elección es entender el voto hispano. Se puede entender bien el voto hispano o latino (¿cuál es la denominación correcta?) de ciudadanos estadounidenses a los republicanos. Lo que resulta enigmático es el cambio de voto latino a Trump en muchos estados. En Florida de alguna manera puede entenderse tal preferencia dadas las especificidades del voto cubano. Aunque, como resultado, tristemente Florida ya no es un Estado decisivo (battle ground state) debido al voto hispano.
Sin embargo, ¿en cualquier otro lugar? ¿No es como si un pollo votara por el Coronel Sanders (Kentucky Fried Chicken) dado el historial de Trump? Los votantes hispanos establecidos, para dar sólo un ejemplo, ¿no desearían también ver una solución ordenada para los millones de residentes «indocumentados» en los EE.UU., una solución que estaba ganando el apoyo bipartidista en el Congreso de los EE.UU., que fue apoyada plenamente por la Iglesia Católica y que se acercaba a un amplio consenso social hasta que Trump hizo de esto un grito de guerra?
Tengo mis propios pensamientos especulativos para explicarlo, pero preferiría leer primero los pensamientos de los lectores de IberICONnect.
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