Eugenio Bulygin, uno de los más grandes filósofos del derecho de nuestros días, murió ayer 11 de mayo, en la madrugada de Buenos Aires. Casi tenía 90 años porque había nacido el 25 de julio de 1931, en Jarkov, ahora Ucrania. Allí y en Austria pasó esos años convulsos de Europa, hasta llegar a la Argentina, con sus padres, en 1949. Recuerdo haberle oído contar que aprendió el español, asistiendo a un club de ajedrez, en donde el lenguaje fundamental era el de las reglas del juego, que sí conocía y dominaba con la pericia de los grandes maestros rusos.

En la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, en torno de Ambrosio Gioja y, también, de Genaro Carrió se juntó un grupo de excelentes filósofos y juristas, entre los que destacaron Eugenio Bulygin y su alma gemela filosófica, Carlos Alchourrón. 

Comenzaron a estudiar la filosofía analítica en serio y Alchourrón con Bulygin pensaron que el mejor modo de reconstruir la noción de sistema jurídico, que Hans Kelsen había situado en el centro de la teoría del derecho (un Kelsen que ya de mayor había contestado un trabajo del joven Bulygin, en los años sesenta del pasado siglo), era como un sistema deductivo, un sistema de normas que contiene todas sus consecuencias lógicas. A partir de los avances en la lógica deóntica de Georg Henrik von Wright, que había sido el sucesor de Wittgenstein en la cátedra de Cambridge, y que siempre fue para ellos un amigo y una fuente de inspiración. Ello les llevó a la elaboración de Normative Systems (1971), un libro fundamental, tal vez el libro que mejor aplica a la teoría del derecho algunas de las concepciones de la primera filosofía analítica, de Rudolf Carnap y de Alfred Tarski en especial. Es una de esas realizaciones culturales que suceden sólo de vez en cuando, una gema, una piedra preciosa.

A partir de este libro, los autores siguieron trabajando para elaborar una explicación del cambio, de la dinámica de los sistemas jurídicos. En ese contexto, elaboraron concepciones atractivas de la promulgación y la derogación de las normas, de las normas permisivas, incluso algunas ideas en este contexto les llevaron a la reflexión sobre la ontología de las normas contenida en uno de sus artículos más conocidos ‘La concepción expresiva de las normas. Todo ello se halla en el libro de ambos Análisis lógico y derecho (1991, con una reedición reciente en la editorial Trotta) y, con algunas de las últimas contribuciones de Bulygin, en el libro Essays in Legal Philosophy, publicado en 2015, por Oxford University Press.

Durante su larga trayectoria académica discutió con los mejores, con Kelsen, con Alf Ross, con H.L.A. Hart, con Ronald Dworkin, con Joseph Raz, con Robert Alexy. Lo hizo siempre con esta afortunada mezcla de contundencia argumental y actitud afectuosa en lo personal. Cuando después de una ponencia en un seminario o congreso, levantaba el primero la mano, la persona que había expuesto y sus amigos, temían que comenzara como solía: ‘Lindo, pero totalmente equivocado’. A partir de ello desplegaba una serie de objeciones y, a menudo, el modo de superarlas, que tú nunca habrías pensado y que te permitían ver el problema que querías resolver de un modo nuevo, mucho más luminoso. 

Vale la pena destacar en esta nota que Eugenio tuvo un compromiso crucial con la democracia argentina después de la dictadura militar. Fue nombrado por el nuevo Presidente Raúl Alfonsín, decano de la Faculta de Derecho de la UBA, y emprendió una reforma para democratizarla y modernizarla, con un nuevo plan de estudios más acorde a la formación jurídica y a las necesidades y legítimas aspiraciones de los estudiantes. 

Además, a partir de fines de los 80 del pasado siglo, dedicó una cantidad enorme de esfuerzos y de talento personal a la formación de jóvenes iusfilósofos en el mundo latino. En España, en concreto, su presencia es palpable en al menos tres grupos de filosofía del derecho, el de la Universidad Autónoma de Madrid, el de la Universidad de Alicante y el de la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona. De hecho en 2008 y en 2011, fue investido como Doctor Honoris Causa en las Universidades de Alicante y Pompeu Fabra, respectivamente, en ambos casos junto a otro de los forjadores de esta comunidad iusfilosófica, Ernesto Garzón Valdés. En esos años se formó lo que se conoce, a veces, como Bulygin’s boys and girls, del que formamos parte, mientras tuvimos edad para ello, Daniel Mendonca, Pablo Navarro, Cristina Redondo, Jorge Rodríguez y yo mismo. Después muchos otros jóvenes de lugares diversos se han añadido a este grupo, entre los que destaca Juan Pablo Alonso, que hace un esfuerzo notable para continuar, ahora en formato online, el seminario Alchourrón-Bulygin de los martes en el Instituto Gioja de la Universidad de Buenos Aires.

Echaremos de menos, en los eventos múltiples en los que coincidíamos con él, su vozarrón típico, su sonrisa franca, sus abrazos sinceros, que –aunque no por la altura- a mi me evocan gestos de gigante. Y un gigante fue para nosotros, un gigante gracias al cual, subidos a sus hombros, podemos ver mejor y más lejos. Como decía en la Edad Media Bernardo de Chratres: ‘Non ese quasi nanos, gigantium humeris insidentes, ut possimus plura eis et remotiora videre’.

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4 thoughts on “Con Eugenio Bulygin, a hombros de gigantes

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