El 22 de octubre de 2022, el nuevo gobierno italiano prestó juramento ante el Jefe de Estado. Por primera vez en la historia republicana una mujer encabeza el Consejo de Ministros: un cambio histórico. La presidenta (quien preside) el órgano ejecutivo de Italia no ha alcanzado este prestigioso hito como mujer, sino como resultado de una carrera política de varias décadas. Una carrera marcada por sus logros individuales, que nada tienen que ver con el género al que pertenece. Militante desde la adolescencia, a los veinte años se unió al partido de derecha denominado “Alleanza Nazionale”. Este partido se formó sobre las cenizas del disuelto “Movimiento Social Italiano”, tomando como base la declaración de abandono de las referencias ideológicas al fascismo hecha por el entonces líder Gianfranco Fini, con el llamado “cambio de Fiuggi”, en 1925 Tras una experiencia como ministra de la Juventud en el cuarto gobierno de Berlusconi (2008), Meloni fundó, en 2012, el partido “Fratelli d’Italia” (FdI). Este partido ocupa el espacio que se encuentra más a la derecha en el arco constitucional y de la coalición que alcanzó la victoria el pasado 25 de septiembre. Bajo su liderazgo, el FdI ha crecido exponencialmente y ha logrado obtener casi seis millones de votos.
Con todo lo anterior, se puede afirmar que la primera “Primer Ministro” ha obtenido la primacía a pesar de ser mujer. En efecto, si hasta ahora ninguna mujer había ocupado la conducción del gobierno, no es por falta de habilidad o pasión, sino por la existencia de prejuicios y obstáculos, culturales y factuales, que han impedido que alguna mujer llegue a ocupar este cargo.
Lo sorprendente es que entre sus primeros actos la nueva jefa de gobierno sintió la necesidad de precisar en los medios oficiales que pretende ser definida formalmente como “el presidente” y no “la” presidenta (en italiano el sustantivo sigue invariado: il/la presidente), decantándose por el masculino, debido al cargo que ocupa. Esta elección debe considerarse en el contexto de un debate que ha estado ocurriendo durante algún tiempo en Italia y que presenta dos opiniones contrapuestas entre sí. Por un lado, están quienes creen que el lenguaje moldea el mundo que nos rodea y debido a esto consideran que la opción de declinar al femenino las ocupaciones tradicionalmente masculinas (abogado, médico, alcalde) es necesaria para incluir las mujeres que han conquistado espacios en la sociedad, antes ocupados exclusivamente por hombres. Esta posición también es apoyada por las autoridades de la lingüística italiana, que atribuyen la falta de uso del femenino a la escasez de términos; términos no utilizados debido a que por razones sociales y, a menudo, incluso jurídicas, muchas profesiones les han sido negadas a las mujeres durante mucho tiempo. Por otro lado, hay quienes consideran cacofónica la “feminización” de algunos títulos (abogado, médico, alcalde) y afirman que lo importante es el fondo, es decir, desempeñar el trabajo con competencia y autoridad, y no la forma, en el sentido de los términos que se utilizan.
Lo que no se puede negar es que detrás de la opción entre estas orientaciones hay un preciso retropensamiento político e ideológico.
Quienes se definen a sí mismos, y a sus colegas de profesión, como arquitecta, ministra y/o magistrada, seguramente comparten una visión progresista y hasta radical de la cuestión de género; por otro lado, quienes también utilizan la definición de científico, asesor o concejal para mujeres preservan un enfoque conservador. Por más que pueda ser de interés, a mi juicio, cada quien es libre de definirse y ser definido como prefiera y se sienta más a gusto. Si Giorgia Meloni quiere llamarse “el presidente”, puede reclamarlo, así como una enfermera que quiere llamarse enfermero o una abogada que prefiere el título de abogado. Muchas veces, quienes prefieren la versión masculina de una calificación lo hacen porque, incluso inconscientemente, consideran, en cierto sentido, la terminación masculina como aquella que representa más autoridad que la femenina, a menudo utilizada en un sentido denigrante (secretario del partido/secretaria; maestro (de ópera) / maestra (de primaria). Esto es solo una opinión, como cualquier otra, y establecer un caso público sobre opciones lingüísticas corre el riesgo de ser engañoso y de distraer la atención de las acciones verdaderamente importantes, entendiendo que cada uno es libre de opinar sobre las elecciones de los demás y adoptar individualmente la opción que considere más correcta e incluso gramaticalmente más apropiada.
Honrando el mérito de Giorgia Meloni y de todas las mujeres que, contando con sus propias fuerzas, han logrado obtener grandes éxitos, y sin desmerecer el valor de la primacía de aquellas que han logrado resultados en sectores históricamente dominados por los hombres, tenemos que reconocer que, así como “una golondrina no hace primavera”, no necesariamente una presencia femenina en la cima de las instituciones es síntoma de que la plena igualdad de oportunidades se ha alcanzado.
La igualdad se logra garantizando condiciones de partida justas, que aseguren que mujeres y hombres compitan en igualdad de condiciones. Hoy, esto no es así debido a que la carga de la actividad doméstica y el cuidado de la familia aún recae sobre la parte femenina de la sociedad. Las estadísticas muestran que en familias económicamente sólidas o familias que pueden contar con ayuda externa, las mujeres trabajan y avanzan en sus carreras, aunque muchas veces tienen que sacrificar su vida privada, mientras que en los sectores más pobres de la sociedad, el componente femenino no tiene otra opción que dejar a un lado la realización personal.
Los datos muestran que las niñas sobresalen por resultados en los rangos escolares y académicos salvo sufrir un bloqueo en un momento preciso, identificado con la edad en que se tiene (o se supone que se debe de tener) el primer hijo. En ese caso, se enrarecen, hasta casi desaparecer, en funciones de dirección tanto en el sector público como en el privado, con pocas excepciones. Esto se debe a que los quehaceres familiares conforman una carga física y mental que fatiga a las mujeres y las detiene en el desarrollo de sus carreras profesionales, lo que tiene como consecuencia que en algún momento cedan ante el cansancio. Dos purasangres iguales en los puestos de salida tienen las mismas posibilidades de ganar la carrera, pero si uno de ellos va cargado con lastre, la carrera obviamente se desvirtuará.
La paridad real se alcanzará cuando las mujeres, que representan más o menos la mitad de la población, se encuentren presentes de forma equilibrada en todos los sectores, y en todos los niveles, de la composición social. Esto sólo sucederá cuando no se encuentren en su camino con los prejuicios e impedimentos que las hacen menos competitivas. Servicios de proximidad, guarderías y asistencia pública garantizada para personas mayores y con discapacidad, horarios y espacios de trabajo compatibles con la gestión familiar, permisos obligatorios para los que se convierten en padres, no solo para las madres; son solo algunos ejemplos de cómo se promueve la igualdad real de oportunidades.
Parece trivial, pero se puede afirmar que la verdadera igualdad se alcanza cuando la presencia de una mujer en un puesto de mando no será noticia excepcional sino que se considerará como algo normal, como ya ocurre en otras partes del mundo.
Cita recomendada: Carla Bassu, «“La” primera presidente del Consejo de Ministros: ¿se derrumbó el techo de cristal en Italia?», IberICONnect, 22 de noviembre de 2022. Disponible en: https://www.ibericonnect.blog/2022/11/la-primera-presidente-del-consejo-de-ministros-se-derrumbo-el-techo-de-cristal-en-italia/