No se nace mujer, se llega a serlo. Pero tampoco se nace gorda, llegamos a serlo (p.29). Pero gorda no se llega a ser cuando subes un par de kilos. La incómoda enormidad de ser una misma no comienza a través de pasteles, ni de hamburguesas, ni de tacos.
La gorditud se vive como se experimenta el saberse diferente. Nos hacemos gordas desde la mirada juzgante; nos hacemos gordas desde que mandan nuestra ropa a una sección especial. Conocemos nuestra inmensidad cuando se nos acercan en el súper a darnos consejos para bajar de peso. Nos apropiamos de la fealdad con cada comentario hiriente, cada apuesta que hacen a nuestra expensa en el colegio. Nos sentimos enfermas cuando el personal de salud nos dice que lo estamos. Entendemos que somos indeseables cuando las personas que nos gustan prefieren estar muertos antes de salir con alguien que luce como nosotras. Somos gordas a partir de la violencia, de la discriminación, del rechazo, del sufrimiento.
Porque el ser gordx no es algo anecdótico,
es político,
contra lo establecido.
…“Lo que no encaja, lo que excede, lo que estalla límites,
costuras y cierres, asientos de micros, fronteras, ficciones, deseos” (p.30).
A toda esta violencia, discriminación, odio, rechazo; a todos estos prejuicios sobre nuestros hábitos, nuestros gustos, nuestra salud; a todo el discurso público que busca nuestra desaparición y nuestra adherencia a la norma; a este miedo de parecerse a mí y que quema los huesos de la otra se le llama gordofobia. Aunque es verdad que tanto mujeres como hombres pueden tener sobrepeso u obesidad, la gordofobia suele ir dirigida hacia las mujeres y, por tanto, tener una relación pronunciada con el género.
La gordofobia nace de lo que Esther Pineda llama violencia estética. Pineda bosqueja que “la violencia estética se inicia con el proceso de definición de manera arbitraria de modelos y patrones de belleza mediante el imperialismo cultural, es decir, la violencia estética consiste en la promoción por parte de los medios de comunicación y difusión masiva, la industria de la moda, de la música y el mercado cosmético, de unos cuerpos “perfectos”, los cuales no son más que cuerpos ficticios, irreales, concebidos como ideal, como deber ser, como patrón a seguir, y donde las particularidades físicas de las mujeres son denominadas ‘imperfecciones’” (párr. 3).
Así, el patriarcado ha construido una exigencia estética sofocante que nos obliga a ser delgadas, a ser delicadas, a ser blancas, a ser femeninas, a ser suaves. Y si bien todas nos vemos afectadas por el imperativo de la delgadez, nosotras somos las que sufrimos las consecuencias de desviarnos de la norma.
En Guía básica sobre gordofobia, Piñeyro Bruschi sostiene que la gordofobia es una discriminación estructural y sistémica y, como tal, se encuentra en todas partes (p. 28). María- Alejandra Energici Sprovera y Elaine Acosta González comparten estas consideraciones al enunciar que las personas con sobrepeso y obesidad son discriminadas en diversas esferas de su vida cotidiana, tal como en el trabajo, la escuela y en el sector salud, e incluso en el transporte público. En particular, las autoras han documentado que la discriminación en la salud tiene manifestaciones severas en el cuidado por parte del personal de salud, pues el mismo muestra actitudes dañinas y estereotipos negativos hacia las personas obesas, lo que impacta la calidad del servicio ofrecido (pp. 6 y 7).
En el mismo sentido, Ileana Elizabeth Muñiz González destaca que incluso la baja adherencia a los tratamientos de salud por parte de las personas con sobrepeso u obesidad tienen que ver con la violencia que ejercen los y las profesionales de salud al sometereles a agresiones físicas y psicológicas que se centran en su apariencia, lo cual tiene un impacto en su vida cotidiana y en las decisiones para continuar el tratamiento indicado (p. 115).
Lo anterior no es para nada una coincidencia. La misma Pineda señala que parte de la violencia estética sucede en el ámbito de la salud. El personal de salud ve a las mujeres como objetos, como clientas sin humanidad. Así, “es violencia estética cuando los/as profesionales de la salud realizan procedimientos en condiciones inadecuadas, […] es violencia estética cuando las mujeres no son informadas detalladamente, asesoradas y advertidas acerca de los riesgos asociados a la realización de procedimientos quirúrgicos o ambulatorios dirigidos a modificar su imagen, es violencia estética la implementación de instrumentos inadecuados, materiales vencidos…” (párr. 5).
“La gordura como insulto supremo, como condición excluyente, como defecto ético, moral, científico La gordura como instrumento del capitalismo consumista (dietas, gimnasios, píldoras, medicamentos). La gordura y su dimensión histórica. La gordura como instrumento de opresión social.” (p. 55 y 56).
Esto fue lo que sucedió con Luciana. Luciana era una mujer con sobrepeso, que además tenía enfermedades preexistentes asociadas con una discapacidad. También era una mujer disciplinada con su salud, y por lo cual se encontraba bajo supervisión médica constante. Durante el año 2014, Luciana acudió a consulta a un centro médico del ISSSTE. Había tenido un aumento de peso sostenido y temía que se agravara con la progresividad de sus limitaciones motoras. El doctor que la atendió decidió iniciar el protocolo para una cirugía bariátrica, sin importar que Luciana tenía un Índice de Masa Corporal por debajo del previsto para este tipo de intervenciones y sin intentar primero alguna otra de las alternativas previstas en la Norma Oficial Mexicana para el tratamiento integral del sobrepeso y la obesidad. El doctor no le explicó los riesgos de la cirugía ni las otras opciones que tenía a su alcance. Tampoco indicó que Luciana fuera vista por un equipo multidisciplinario de salud que tomara en cuenta su discapacidad y enfermedades preexistentes. Lo que sí indicó fue que Luciana fuera revisada por un especialista de medicina interna, donde el médico tratante contraindicó la cirugía. A pesar de todo lo anterior, la cirugía se llevó a cabo y Luciana falleció por complicaciones posoperatorias.
Luciana fue víctima de gordofobia y violencia estética. Fue sometida a un procedimiento apresurado, contraindicado y descuidado que le quitó la vida, y cuyo caso se convirtió en uno más relacionado con la discriminación sistémica que viven las personas con sobrepeso y obesidad al tratar de acceder a servicios de salud.
Debido a lo anterior, se interpuso un juicio de nulidad para que se declarara el actuar negligente de la institución de salud y que se declarara la responsabilidad patrimonial del Estado. Pero la jueza culpabilizó a Luciana al considerar que sabía a lo que se atenía al someterse a una cirugía siendo una persona con sobrepeso. Como si Luciana hubiera dado consentimiento para su muerte. Determinó que no hubo responsabilidad patrimonial del Estado y que el personal de salud actuó conforme a las normas de la ética profesional.
Al interponerse el juicio de amparo directo, se hicieron valer conceptos de violación sobre la situación interseccionada de vulnerabilidad en la que se encontraba Luciana, además de otros conceptos de violación sobre la valoración probatoria y la concesión válida del consentimiento informado. La magistratura determinó la responsabilidad patrimonial del Estado por los defectos en la valoración probatoria y la invalidez del consentimiento informado, pero decidió no pronunciarse sobre la situación de discriminación que viven las mujeres con sobrepeso y obesidad.
Si bien la concesión del amparo es un triunfo en sí mismo, lo que sucedió en este caso es lo común en el acceso a la justicia de las personas en situación de vulnerabilidad. Los triunfos son a medias. Se reconoce el mal actuar de la autoridad pero no se reconoce que fue por racismo, por misoginia, por clasismo, por gordofobia. Y también lo que necesitamos es nombrar.
En el caso de Luciana, necesitamos advertir que la autoridad actuó con base a prejuicios, tanto de género como relacionados a la “gorditud” que obstruyeron el acceso digno a los servicios de salud que necesitaba. Es preciso reconocer que la discriminación sistémica y la gordofobia normalizada en nuestro sistema de salud arrancan vidas. Necesitamos nombrar que el patriarcado nos prefiere muertas antes que gordas. Porque lo que no se nombra no existe, y contra lo que no existe no se puede resistir.