Sucesos relativos a catástrofes naturales como las trágicas inundaciones recientes en Valencia y otros puntos de la geografía española sitúan al líder político en el primer plano mediático. Las tareas de gestión, tanto de prevención como de respuesta, y la depuración de responsabilidades ha ido continuamente personificándose en figuras como el Presidente del Gobierno y sus ministros, así como en el Presidente de la Generalitat Valenciana y su equipo de gobierno, a través de sus respectivas declaraciones públicas, apariciones en el lugar de los hechos y manifestaciones en redes sociales. Quizás, esto influya en la sensación de que otras figuras como los canales de gobernanza multinivel y del papel de la actividad parlamentaria pierden relevancia.

El análisis de la personalización del líder en los medios y sus efectos aborda una tendencia político-social que viene siendo estudiada en las últimas décadas por diversos campos científicos, en concreto por la ciencia política, la comunicación, la sociología, la psicología, y como no, también desde el ámbito jurídico.

Aunque inevitablemente se utilicen o sean mencionados conceptos o pautas emanadas desde estudios de otras áreas, éstos son usados como herramientas que contribuyen a la hipótesis de la que se parte: que la personalización mediática de la política trae consigo repercusiones en el mundo del Derecho, muy marcadamente en cuestiones como la afectación de las funciones representativas y legislativas, así como a la institución parlamentaria en abstracto.

Partimos desde la base de que nos hallamos en una sociedad digitalizada donde los medios electrónicos y las redes sociales pueden ser vistas como estructuras habilitantes para el debate y como espacios o foros públicos donde recopilar y suministrar información, del mismo modo que se puede expresar opiniones y ser espectador de la libre expresión de los demás. No obstante, y pese a que gracias a las herramientas tecnológicas es posible la difusión de información y de opinión de manera rápida y sencilla a los ciudadanos, nos encontramos con que resulta que el soporte electrónico no parece ser exitoso para un enriquecedor proceso deliberativo ni, al menos a corto plazo, la implantación de un efectivo circuito de “e-democracia” parece viable. 

Vivimos bajo un panorama de videopolítica como lo calificara Sartori, bajo un panoptismo digital que en ocasiones crea confusiones en la mente del ciudadano, creando en él un aturdimiento ante lo que se está desarrollando en el devenir político del momento y que lo desconciertan ante los trámites parlamentarios y la dinámica propia de la democracia representativa.

Asimismo, no solo los ciudadanos son los exclusivos sujetos políticos que participan activamente en las redes sociales, los partidos políticos también participan en estas networks con un amplio despliegue de asesores de imagen, expertos en marketing y en recopilación de datos con una clara finalidad electoral. La forma de hacer política ha cambiado, el debate político se plantea más en redes y en la arena mediática que en sede parlamentaria y la aparición en medios y redes ejerce una mayor influencia en el ciudadano que un programa electoral. Conlleva esto sin duda un empobrecimiento del discurso y el reemplazo de las convicciones ideológicas por la fuerza de la imagen.

De esta manera, en un espacio saturado de información y de manifestaciones de opinión que genera la democracia de audiencia, los expertos del marketing político van a buscar el éxito del mensaje apoyándose en la imagen más que en las palabras y en la efectividad de lo estético, utilizando para ello la aparición constante y expansiva del candidato político. Esto último, provoca que las estrategias se individualicen en su persona, que se centre la estrategia de marketing en la personalización del candidato.

La influencia de estos asesores y las nuevas dinámicas tecnológicas, van a suponer una transformación del discurso político para adaptarlo al canal donde se desarrolla, para conseguir transmitir el liderazgo a través de un proceso comunicativo basado en la presencia mediática, convirtiendo al líder en el centro del espectáculo mediático. Así, la dimensión estético-expresiva de los principales líderes políticos resulta vital para la lucha por el poder y para el ejercicio de éste.

¿Cómo repercute entonces esta personalización mediática de los principales líderes políticos en nuestros sistemas democráticos, constitucionalistas y de Derecho? La personalización de la política repercute, además de en la forma en la que los medios cubren los sucesos políticos, en el funcionamiento de las instituciones y en el comportamiento político de las élites y los electores.

Detrás de la dimensión estética tiende a brotar el individualismo. La omnipresencia de la figura política gracias a los medios digitales lleva también aparejada la idea de la omnipotencia del líder político, casando esto muy bien con las connotaciones típicas de los populismos, donde los líderes ofrecen soluciones mágicas y acaparan poder. Es de sobra conocido, que los nuevos formatos de comunicación han propiciado a los populismos una herramienta muy útil para su triunfo gracias a la rápida e intensa conexión con la ciudadanía homo videns: aquel que mira, pero no piensa. El liderazgo personalizado trae como consecuencia que nos estemos encontrando, debido a la influencia de los medios de comunicación y las redes, en una deriva hacia sistemas de gobierno cada vez más presidencialistas y representantes políticos más autoritarios debido a la personalización de la política en la figura del líder. 

La Constitución Española apuesta, como la mayoría de los textos constitucionales europeos posteriores a la II Guerra Mundial, por un sistema parlamentario de gobierno racionalizado, en aras de tratar de conseguir la estabilidad política otorgando ciertos privilegios formales y materiales a la mayoría parlamentaria. El Presidente del Gobierno, pese a tener una legitimidad democrática indirecta obtenida de la confianza que le otorga el Parlamento, tiene un amplio margen de discrecionalidad en el ejercicio de sus funciones, por poner un ejemplo, tiene total libertad para el nombramiento y restitución de sus ministros, en la que no intervienen las Cortes Generales. Si sobre estas premisas desarrollamos una dinámica personalista de la política obtenemos que el Gobierno y la mayoría parlamentaria va a estar centralizada en la figura del Presidente. Igualmente, el Parlamento sufre dificultades para fiscalizar la actividad del Ejecutivo debido no solo a que gracias a la personalización la interacción entre Parlamento y Gobierno tienda a difuminarse, sino a que además el control realizado por los grupos políticos anda más centrado en las redes sociales que en el debate en las Cámaras.

También, en un contexto donde la cobertura mediática abarca casi con plenitud toda la actividad política, las respuestas que se demandan por los ciudadanos exigen una respuesta rápida y eficiente. El Gobierno es la institución política que mejor se adapta a ese tipo de soluciones, debido no solo a sus capacidades sino a la homogeneidad que suele representar y el líder del Ejecutivo será el que escenifique la acción de éste. Las redes de intervención pública típicas de la acción de gobierno en clave de gobernanza, que fomentan una democracia participativa para la efectiva implantación de políticas públicas, y la comunicación en la esfera multinivel de la acción gubernamental, se ven amenazadas ante la posibilidad de un desenlace rápido y una respuesta contundente que ofrece la personalización de la acción de gobierno a través de la presencia in situ en el lugar que es foco de actualidad. Además, también está el factor de la imputación directa de responsabilidades, cargando todo el peso de unas potenciales negativas consecuencias ante el líder político en cuestión.

Inclusive, aunque es cierto que responde de más motivación que esta, como por ejemplo de la fragmentación parlamentaria y la aneja dificultad de llegar a acuerdos para la aprobación de leyes, el abuso del decreto-ley del que desde la doctrina se viene denunciando, se puede observar como producto también de la personalización mediática que termina por derivar en un refuerzo del poder del Ejecutivo y en el incumplimiento de las funciones típicas del Parlamento. La deriva mediática trae consigo un intenso proceso de centralización gubernamental que parece olvidar los límites propios del Estado de Derecho.

Así, la tendencia al hiperliderazgo basada en el carisma, en la colocación del líder en el centro del espectáculo mediático, consigue movilizar a un electorado cada vez menos intelectual y deliberativo gracias a los efectos del reemplazo de la ideología y la argumentación por la imagen. La calidad discursiva ha menguado considerablemente y la comunicación vía digital es perjudicial para el respeto y todo pasa por la “política de los zascas” en las redes, facilitando la tendencia a la polarización ideológica y el decrecimiento de la calidad democrática o el no fomento de una democracia deliberativa al coartar la réplica efectiva entre los principales líderes políticos.

El acaparamiento de la actividad política por parte de elementos personales difumina la clásica intermediación que realizan los partidos políticos en el marco de la democracia representativa. Y decimos difumina porque pese al rol central que ocupan los líderes, al fin y al cabo, desde la organización interna de los distintos grupos políticos es frecuente el uso deliberado de la imagen del líder para el logro de fines partidistas. Aunque esto no termina de impedir que exista una estrecha vinculación entre la opinión pública y las decisiones electorales con la imagen de los líderes del partido que, en ocasiones, resta influencia al vínculo con el partido en cuestión, así como su programa e ideología. Igualmente, dentro de la actividad política estos líderes desempeñan un papel cada vez más protagonista, debido a la propia personalización de las funciones institucionales. El carácter visual contribuye a focalizar la atención en parámetros más simples como la personalidad que en entidades abstractas como ideas, programas o instituciones como el Parlamento, imperando la búsqueda de la eficiencia del líder en contraposición de la negociación y el consenso.

Si se piensa en soluciones desde el Derecho, en su función social como potencial regulador de las dinámicas sociales, no debemos imaginarlo como panacea. Aun así, ante esta dinámica de personalización, respuestas jurídicas comentadas desde la doctrina que apuntan a la revitalización de las funciones típicas de la institución parlamentaria y a la puesta en valor de mecanismos de gobernanza multinivel tales como órganos colegiados podrían ser válidas, así como herramientas disuasorias ante la desinformación intencionada, aunque para su activación se requiere vocación política.

 


Cita recomendada: Juan Gálvez Galisteo, «Repercusión e impacto constitucional de la personalización mediática del líder político», IberICONnect, 13 de enero de 2025. Disponible en: https://www.ibericonnect.blog/2025/01/repercusion-e-impacto-constitucional-de-la-personalizacion-mediatica-del-lider-politico/

1 thoughts on “Repercusión e impacto constitucional de la personalización mediática del líder político

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